Desde pequeño tuve una fascinación por la comida, especialmente por aquella que me transportaba a otros lugares y épocas. Cada vez que viajaba con mi familia, mi principal motivación era probar los platillos típicos de la región y explorar los sabores locales. Pero no se trataba solamente de alimentarme, sino de descubrir la cultura y las historias detrás de cada platillo y cada ingrediente.
A lo largo de los años, he tenido la oportunidad de conocer diferentes gastronomías y probar una gran variedad de sabores. Pero como todo buen viajero gastronómico, siempre he buscado las comidas auténticas que realmente me trasladaran a otra época y me permitieran entender mejor la cultura de cada lugar que visitaba.
Uno de mis primeros viajes gastronómicos fue a Italia, un país conocido por su comida deliciosa y su amplia variedad de platillos regionales. Allí tuve la oportunidad de probar algunos de los platos más icónicos, como la pizza margarita, la pasta con salsa de tomate fresco y la lasaña.
Pero fue en un pequeño restaurante en la costa de Nápoles donde encontré una comida que realmente me transportó a otra época. Se trataba de un platillo llamado zuppa di pesce, una sopa de pescado con mariscos y una deliciosa salsa de tomate.
Lo que hizo que esta sopa fuera tan especial fue el sabor del marisco fresco y la riqueza de la salsa, que estaba hecha con tomates de la zona y una selección de hierbas y especias. Cada cucharada era un viaje a la costa italiana, y podía sentir el sol en mi piel y el olor del mar en el aire.
México es uno de los países con una gastronomía más rica y variada del mundo, y un lugar al que siempre vuelvo cuando quiero encontrar sabores auténticos. Desde la cochinita pibil y los tacos al pastor hasta el mole y el chile en nogada, la comida mexicana es una experiencia que combina sabores vibrantes y colores intensos.
Pero una de las comidas que más me impactó fue el pozole, un caldo de maíz con carne de cerdo y especias. Fue en un pequeño restaurante en la ciudad de Oaxaca donde probé por primera vez este platillo, y desde entonces se ha convertido en una de mis comidas favoritas.
Lo que más me gustó del pozole fue la combinación de texturas y sabores. El maíz estaba suave y cremoso, la carne de cerdo jugosa y tierna, y las especias daban un toque picante y aterciopelado al caldo. Era una comida reconfortante y sabrosa, que me hacía sentir como en casa en medio de un país desconocido.
A lo largo de los años, he descubierto que la comida auténtica es mucho más que una simple alimentación. Es una forma de entender la cultura y las historias detrás de cada platillo, y de conectar con las personas y las comunidades que los crean.
Por eso, siempre que viajo, busco los mercados locales, los pequeños restaurantes y los puestos callejeros para encontrar los sabores más auténticos. Y aunque a veces me sorprendo con nuevas interpretaciones y fusiones gastronómicas, nunca pierdo de vista mi objetivo: encontrar comidas que me trasladen a otra época y me permitan entender mejor el mundo que me rodea.
En definitiva, la comida es mucho más que una necesidad fisiológica. Es una forma de conectar con el mundo y con los demás, y de explorar nuevas culturas y sabores. Y aunque no todos los platillos auténticos son igual de deliciosos, todos tienen una historia detrás que vale la pena conocer.