Cuando se habla de viajar, siempre se menciona lo hermoso que es conocer diferentes lugares, gastronomía y culturas, pero rara vez se resalta lo amable que puede ser la gente en diferentes partes del mundo. Hoy quiero compartir mi experiencia sobre las personas más amables que conocí durante mi viaje.
Comenzando por el país del sol naciente, Japón es conocido por ser un destino turístico popular debido a sus impresionantes paisajes y rica cultura. Sin embargo, para mí, lo que lo hace aún más especial son las personas que habitan allí.
Desde el primer momento en que puse un pie en Tokio, quedé sorprendido por la amabilidad de los japoneses. Su disposición para ayudar a los extranjeros a pesar de la barrera del lenguaje es fenomenal. Siempre se toman el tiempo para asegurarse de que estés bien e incluso para guiarte a tu destino.
Lo que más me conmovió fue un día que me perdí en un barrio local y un anciano se ofreció a llevarme a mi destino mientras intentaba mantener una conversación en inglés conmigo. Fue una experiencia única que nunca olvidaré.
Otro país famoso por su gastronomía y su arquitectura es Italia. Sin embargo, tuve la suerte de conocer a personas excepcionales que hicieron de mi viaje más memorable.
Cuando visité Roma, me perdí tratando de llegar a mi hotel a altas horas de la noche. Tenía miedo y no sabía qué hacer, pero un joven italiano que iba caminando por la calle se ofreció a ayudarme. Me ofreció llevarme hasta el hotel a pesar de que estaba en dirección opuesta, y ni siquiera quiso aceptar un dinero por su amabilidad.
Otro momento inolvidable fue cuando visité Palermo, me topé con un grupo de ancianos que estaban reunidos y disfrutando de un día soleado. Me acerqué a ellos y, aunque no hablaban inglés, logramos comunicarnos de alguna manera. Me invitaron a compartir algunos bocadillos y bebidas que habían llevado y pasamos una tarde increíble juntos. Fue una experiencia única, ya que nunca había hecho algo así antes.
El tercer país que me tomó por sorpresa con la amabilidad de sus habitantes fue Marruecos.
En Marrakech, donde fui recibido por una familia que alquilaba habitaciones. El dueño de la casa siempre se aseguraba de que tuviera lo que necesitaba, incluso cuando necesitaba ajuda para mover mis cosas pesadas. Su esposa siempre preparaba la comida más deliciosa y me daba consejos sobre cómo moverme por la ciudad sin problemas.
Pero lo que más me sorprendió fue cuando me perdí en uno de los zocos (mercados) y no podía encontrar la salida. Un hombre de mediana edad que vendía especias me encontró y me llevó de su mano hasta la salida más cercana, sin pedir nada a cambio.
Finalmente, mi aventura me llevó a Tailandia, un país exótico lleno de hermosas playas y templos impresionantes. La gente allí es conocida por su sonrisa cálida y su hospitalidad.
En Chiang Mai, tuve la suerte de conocer a una familia tailandesa que me invitó a cenar y a conocer su cultura. Me sorprendió cómo me hicieron sentir como en casa, y me mostraron cómo vivían, cocinaban y oraban juntos. Aprecio la forma en que me acogieron y me trataron como uno de los suyos.
Otra vez, estaba en una situación difícil cuando perdí mi teléfono mientras estaba en un autobús hacia Bangkok. El conductor, aunque no podía hablar inglés, se aseguró de que llegara al destino correcto y aún me ayudó a buscar mi teléfono por todas partes. Fue un acto tan amable que me dejó sin palabras.
En conclusión, aunque los lugares que visité en este viaje me dejaron sin palabras, lo que más recuerdo y valoro son las personas increíbles que tuve la suerte de conocer. Espero que, al igual que yo, puedas disfrutar de la amabilidad de las personas en tus viajes, y apreciarla tanto como el resto de la aventura que te ofrecen.